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¡No estoy hecha para ser maestra!

Por: Liza Tilson

Regresando a casa en el metro pensé en todas las veces que había llorado en secreto, metida en aquél closet de útiles escolares y abiertamente en el baño de los maestros. Ahora lloraba silenciosamente en el tren, mirando por la ventana, deseando que nadie se diera cuenta. Nadie lo notó. Si alguien se hubiera dado cuenta, me habría mirado con curiosidad por un segundo, se hubiera encogido de hombros y hubiera seguido leyendo su periódico. En la ciudad de Nueva York se puede llorar en público porque a nadie le importa.

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Maestro y sociedad

Por: Francisco Cajiao

Entonces la pregunta se repite una y otra vez: ¿qué tienen que hacer el colegio y la universidad?, ¿deben seguir teniendo profesores catedráticos que expliquen en cuarenta y cinco o noventa minutos la estructura de la célula o la historia del derecho romano? Tal vez sea necesario contar con muchos de ellos, no tanto por la información que puedan ofrecer como por la pasión que puedan infundir; pero lo esencial será contar con maestros capaces de discutir, de poner sobre el tapete multitud de versiones de un mismo asunto y de aprender a dilucidar caminos interpretativos, formas de elaboración de las ideas, creación de lenguajes apropiados para conciliar las evidentes contradicciones que se encuentran en la información pública.

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La cuestión del maestro

Por: Humberto Quiceno

Un “alguien”, en un momento histórico, fue designado para educar y en otro momento histórico para educar a otros. Es muy probable que el educarse a sí mismo preceda al educar a otro.

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