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La pregunta por el cómo de la educación contemporánea pasa necesariamente por una reflexión con respecto a la manera en la que interactúan hoy en día las personas, y los imaginarios ante los cuales responden de manera más asidua. Ya no parecen ser determinantes ni el miedo al castigo ni el fervor por el cumplimiento del deber (dos de los grandes pilares que soportaban las dinámicas sociales de la modernidad). Cobraron fuerza, y prevalecieron por mucho tiempo en su lugar, la autorreferencia, la fascinación por la propia imagen, y el relato del éxito individual en los blogs, las redes informáticas y los realities, mecanismos estos, fundantes de una particular forma de relación con lo temporal que remeda la inmortalidad. Sin embargo, la historia más reciente evidencia un resurgimiento de la consciencia política, que no desdeña este divertimento, pero, desde la singularidad del ser y sus circunstancias, busca una vía de expresión y participación en la toma de las decisiones que atañen a la vida cotidiana y los retos de la autogestión. Si el conocimiento debe entenderse como algo débil, inconcluso, que se va nutriendo, cobrando forma y adquiriendo una estabilidad relativa que debe revisarse constantemente, que sea así también el autoconocimiento, y que las habilidades que cultivemos en nuestros aprendizajes formales nos sirvan para dar el salto entre lo probable y lo posible con respecto a nosotros mismos. Esa es la apuesta que recogemos hoy, después de volver sobre la larga y variopinta conversación de nuestras lides en el panorama del periodismo educativo. Ahora, con una perspectiva internacional, queremos ofrecer al lector una nueva compilación que acaso pueda dar nuevas luces sobre los viejos asuntos en el territorio que nos compete, pero también traiga luces viejas sobre los asuntos que nos conciernen como nuevos. Como sucede con el largo viaje de la luz de las estrellas.