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En torno al propósito de la educación y la definición de calidad educativa existen controversias históricas que van desde la noción de competencia en un universo estandarizado de pruebas y proyecciones, hasta la mirada etnográfica de los entornos y el reconocimiento de la particularidad de los sujetos en sus medios y sus fines. Desde este punto de vista, la práctica educativa no puede concebirse como instrumentalización o transliteración de postulados teóricos; por el contrario, la práctica está en permanente diálogo con los referentes clásicos de la educación y de la pedagogía y es indisociable de su contexto en las dimensiones social e histórica. Así las cosas, una intervención pedagógica que pretenda tener incidencia en el contexto, debe reconocer y comprender quién es el maestro, qué se enseña, para qué se enseña y cómo se enseña, tanto en la ruralidad, como en los ámbitos urbanos. Solo una educación en las que los actores del proceso sientan que se ponen en juego a sí mismos desde marcos históricos, sociales y culturales, puede considerarse a la vez significativa y transformadora. En este número el relato lo hacen los protagonistas, quienes apuntan a la práctica pedagógica y su papel en la formación inicial de maestros como la primera oportunidad para contrastar saberes pedagógicos y escenarios y comenzar a proyectar una mirada estratégica que enlace el oficio de enseñar con el sentido mismo de la tríada sujeto-comunidad-entorno