Hace muchas décadas se revaluó eso de que “la letra con sangre
entra”. Esa visión de la educación como un proceso que exige
dolor, sufrimientos, sacrificios y lágrimas ya no está en el
imaginario del saber experto, al menos en la cultura occidental.
Los nuevos métodos pedagógicos han propugnado por promover nuevas
maneras de enseñar y de aprender. Las tendencias son numerosas y variadas.
Sin embargo, hay una en la cual hay consenso y en la que han enfatizado
precursores tan importantes como Piaget y Huizinga y parte de que el
aprendizaje debe ser un acto placentero asociado al juego como manera de
motivar el conocimiento de una manera agradable, creadora, entretenida
y motivante. Para algunos, jugar por jugar, sin un criterio utilitarista, es
suficiente para ayudar a formar mentes creativas y felices; para otros, algo más
pragmáticos, el aspecto lúdico debe estar encaminado hacia un objetivo y para
lograrlo es necesario estructurar espacios, normas y procedimientos. Todos
están de acuerdo con que el espectro lúdico debe promoverse y practicarse
desde edades tempranas. Incluso, los pediatras aconsejan que la madre debe
iniciar su relación vital con su hijo desde el juego. En la educación familiar y
escolar, se sabe que lo que el niño recibe en estas épocas tempranas es el
punto de partida para su consolidación como sujeto social que se comunica,
participa, llega a acuerdos, se integra a su entorno, coopera, se expresa de
manera libre, acopia conocimientos y discierne acerca de ellos. Por ello, el juego
es una actividad fundamental para que el niño escolarizado o no se desarrolle
en todos sus aspectos esenciales: físico, psicológico y social. El niño debe jugar
no sólo para obtener placer y entretenimiento, sino además para aprender,
sentir y comprender el mundo en el que le tocó vivir y actuar. En tiempos no
tan remotos, la noción de juego hacía referencia sobre todo a movimiento, a
actividad física, a socialización, pero hoy, en la era de la tecnología, esta noción
se está desdibujando, porque con los nuevos instrumentos éste muchas veces
se vuelve solitario, mental y no tan proclive a permitir el relacionamiento. Así
que el trabajo en el aula debe promover el juego al aire libre, aunque sin olvidar
las múltiples posibilidades que existen: desde los tradicionales como los juegos
de mesa, hasta los retos que involucran a la tecnología. En el escenario de la
pedagogía, en especial en campos como los de las matemáticas, la física y la
química, enseñar mediante juegos temáticas complejas es esencial para que los
niños desarrollen sus destrezas y manejen un lenguaje especializado. Los juegos
funcionales ayudan a que el estudiante gane en coordinación psicomotriz,
desarrollo sensorial y perceptivo, ubicación espacio-temporal. Los niños y
adolescentes se sienten muy atraídos y motivados por el juego, hecho que el
docente debe aprovechar para alcanzar un exitoso proceso de enseñanza en
el aula. Eso sí, sin olvidar crear un clima propicio para que sus educandos se
expresen de manera autónoma, libre y espontánea, de manera que descubran,
indaguen y encuentren soluciones y novedades. Así el aprendizaje será más
significativo y se evitarán traumas, dramas y padecimientos innecesarios
Agradecemos en este número la colaboración de la Corporación Juego y
Niñez.
Revista N°:
83
Número de Páginas:
80
Año:
- 2016
Meses:
- Diciembre
ISSN:
1692405383
Tema:
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