Introducción del libro "La ciudad Educadora y sus docentes. Experiencias alrededor del mundo" de Ricard Huerta
Este libro nace de mi interés por lo urbano, un deseo de acercarme a la ciudad de manera crítica y constructiva, un posicionamiento que comparto con muchísimos docentes. Las ciudades despiertan mi curiosidad y avivan de forma constante mis inquietudes. Invaden mis preocupaciones y polarizan mis investigaciones en un amplio espectro que va desde lo estético hasta lo práctico, desde el uso diario y las vivencias cotidianas hasta las experiencias extraordinarias que acontecen en lugares preparados especialmente para generar sensaciones. El deseo de indagar en lo referido a la cultura de la ciudad es una reivindicación asumida por numerosos profesionales de la educación que son conscientes de la riqueza que genera el modelo de vida que conocemos como urbano; se trata de un interés y un deseo de análisis y prospección que evidentemente compartimos con otros colectivos como artistas, urbanistas, arquitectos, sociólogos, antropólogos, historiadores, escritores, y en general por tantísima gente que observa el entorno urbano como una posibilidad de acercamiento al hecho cultural, lo cual incluye todo aquello relativo a la experiencia humana. Entiendo como docentes al conjunto del profesorado, al colectivo humano en tanto que idea de colectivo, y cuando me refiero a la experiencia urbana del profesorado me refiero a quienes conviven en espacios realmente sofisticados, con una riqueza y variedad de planteamientos que siempre resultan cambiantes, y que fluyen en constante evolución.
El concepto de ciudad evoluciona del mismo modo que la idea de lo urbano. Puede que las primeras ciudades haya que buscarlas en la tradición cultural mesopotámica, si bien dicho planteamiento encaja básicamente con el prototipo bíblico. Algunos siglos antes ya existían ciudades en Asia, y de modo casi paralelo puede que encontrásemos escenarios urbanos en la América precolombina. Y si bien lo que llamamos civilizaciones mediterráneas, especialmente Egipto, Grecia y Roma, sugieren un modelo de ciudad establecido como lugar de producción, de organización, de comercio y especialmente de defensa militar, lo cierto es que la ciudad, en el sentido que aquí la relatamos, tiene mucho que ver con el concepto medieval, tal y como la describe Fernand Braudel:
“La ville est césure, rupture, destin du monde. Quand elle surgit, porteuse de l’écriture, elle ouvre les portes de ce que nous appelons l’histoire. Quand elle renait en Europe avec le XIe siè cle, l’ascension de l’étroit continent commence. Qu’elle fleurisse en Italie et c’est la Renaissance. Il en est ainsi depuis les cités, les poleis de la Grèce classique, depuis les medinas des conquêtes musulmanes, jusqu’à nos jours. Tous les grands moments de la croissance s’expriment par une explosion urbaine.”
Braudel (1979, p. 421)
En el presente trabajo se recoge asimismo mi experiencia como docente acumulada durante varias décadas. Mis intereses en tanto que educador siempre han estado muy pendientes de dos aspectos que se combinan y se entretejen: las identidades y los patrimonios. Dos miradas convergentes hacia las personas y hacia los lugares, dos perspectivas que consiguen agrupar lo material y lo espiritual, lo tangible y lo intangible, las ideas y sus derivaciones, lo individual y lo colectivo. Soy consciente de mi adscripción al colectivo del profesorado, un grupo humano en el que coincidimos todas las personas que nos dedicamos a la educación, tanto si trabajamos como maestros de educación en los niveles de infantil, primaria y secundaria como si nos dedicamos a la docencia universitaria, o bien al conjunto diverso que establecen los entornos de la educación no formal. Somos educadores y por ello generamos unas necesidades y unas expectativas concretas. Es más lo que nos une que lo que nos pueda separar, y de hecho estamos imbricados en una compleja y enriquecedora maraña de circunstancias, al tiempo que compartimos intereses y deseos. En nuestras manos está decidir el futuro de la sociedad, ya que trabajamos con personas, especialmente con las generaciones más jóvenes, lo cual supone estar siempre muy pendiente del factor humano que conlleva el trato directo con el alumnado y con el profesorado. Es precisamente en esta doble adscripción entre lo patrimonial y lo identitario donde mejor encaja mi concepto de ciudad. En su inquietante y lúcida novela El hombre duplicado, José Saramago se atreve a utilizar la idea de un personaje especular que desconcierta y atrae al profesor de historia Tertuliano Máximo Afonso, quien trabaja en un instituto de secundaria y “anda muy necesitado de estímulos que lo distraigan”, ya que “vive solo y se aburre” (Saramago, 2002, p. 11). Al encontrarse frente a su doble, con quien contacta inicialmente mediante llamada telefónica, Máximo le explica que lo ha visto actuar en algunas películas en las que interviene, a lo cual el actor responde “Usted perdone, no lo conozco, ni siquiera puedo estar seguro de que su nombre sea realmente ése y que su profesión sea la de historiador”, a lo cual nuestro docente protagonista replica: “No soy historiador, soy nada más que un profesor de historia, en cuanto al nombre, no tengo otro, en la enseñanza no usamos seudónimo, mejor o peor enseñamos a cara descubierta” (Saramago, 2002, p. 244). Es esta última parte la que nos interesa ahora. Máximo cree que “nada más” es un profe sor de historia. Aquí observamos un dato que puede identificar a una parte del profesorado: su modestia, o peor aún, su falta de convicción al defender la enseñanza como dedicación, como trabajo que se supone humilde o incluso falto de proyección social y económica. Puede que estemos ante un tipo de cuestiones que atañen a la identidad, y muy especialmente a la identidad de los docentes, lo cual entraña un verdadero propósito de análisis por nuestra parte, ya que asumimos nuestro papel como educadores en un entorno que en ocasiones resulta hostil. Se trata de establecer pautas mediante las cuales podamos acotar un escenario propio de los docentes, y entender que dicho escenario puede ser precisamente el de la ciudad. En la ciudad ocurren cosas, y el profesorado constituye un buen ejemplo de colectivo responsable, en el que domina el espíritu crítico, y que está capacitado para gestionar una nueva mirada hacia lo urbano, desde una visión amplia y respetuosa, capaz de aceptar la diversidad y los cambios constantes.
A lo largo de este libro intentaré desentrañar si realmente existe una mirada particular y propia del colectivo docente hacia lo urbano. Para ello me baso en diferentes planteamientos de estudio, combinando aspectos metodológicos diversos e implicando con sus opiniones a un buen número de participantes. En principio me interesa destacar que el análisis se verificará desde los estudios culturales, y muy especialmente desde los estudios de cultura visual. Una de las formas de abordar la cuestión consiste en plantear un conjunto de preguntas a varios grupos de docentes, quienes además de contestar también han participado en una serie de acciones performativas. Este sistema permite acercarnos a las opiniones del profesorado, tanto a través de sus respuestas como mediante su implicación directa en actividades de índole artística y performática. Además de recoger las opiniones vertidas en los cuestionarios y de haber participado en directo en una serie de acciones, también le pedimos a los docentes que tomen fotografías de su ciudad. Aquí damos paso a las metodologías conocidas como arts based research (investigación basada en las artes). Estas imágenes, junto con las que yo mismo he realizado, refuerzan la parte gráfica del estudio, ya que contamos con una documentación que aportan los propios docentes, en este caso mediante sus fotografías. Al mismo tiempo que se ha ido recogiendo toda esta documentación, a través de diversas fuentes de información, hemos contrastado los datos de cada una de las ciudades donde se han realizado las acciones. El conjunto de los resultados obtenidos y su posterior análisis ha propiciado como desenlace final este documento que ahora presentamos, en el cual, además, se incluyen otras voces, como puedan ser las opiniones que tomamos desde las vertientes creativas de la literatura, el cine, la arquitectura o el urbanismo.
El presente acercamiento hacia lo urbano cuenta con el constante flujo que desde las novelas y las películas nos han aportado quienes nos transmiten sus creaciones. La ciudad es un entorno en constante ebullición, y es en la ciudad donde ocurren más cosas, ya que se verifica precisamente un intenso encuentro de gentes y diferencias. La ciudad gestiona, además, los cambios sociales más representativos. Tanto las relaciones humanas como los intercambios de todo tipo adquieren una forma peculiar en el entorno urbano. De ello viene dejando constancia el cine a lo largo de su historia. Un ejemplo destacado de director que ha sabido plasmar en el conjunto de su obra su apego por lo urbano sería Woody Allen, quien ha elevado Nueva York a categoría de musa, si bien en los últimos años ha querido ampliar el espectro acercándose de manera puntual a otras ciudades también míticas (cinematográficamente hablando) como Londres, Barcelona, Venecia, París o Roma. Estas ciudades europeas han tenido igualmente repercusión en la mayoría de los directores del cine europeo, donde encontramos afinidades y paralelismos entre Almodóvar y Madrid, Ventura Pons y Barcelona, Truffaut y París, Guédiguian y Marsella, o Fellini y Roma. Y así podríamos extender nos abarcando un buen número de ciudades que han sido de cisivas para los creadores.
Algo similar ocurre con la literatura, territorio en el cual volvemos a detectar que surgen voces que suelen elegir una ciudad para relatarla mientras escriben sus obras. De ello han dejado constancia incluso algunos ciclos expositivos, como los presentados en el CCCB de Barcelona, uno de los cuales llevaba el atractivo título de Las ciudades y los escritores, un conjunto de muestras en el que pudimos contemplar Las Lisboas de Pes oa, La ciudad de K. Franz Kafka y Praga, El Dublín de James Joyce o incluso Borges y Buenos Aires. Comprobamos por tanto que la vena creativa, tanto en cine como en literatura, tiene en las ciudades un exponente revelador. Buscamos en ellas elementos atractivos y nuevas respuestas, nos acomodamos en ellas y las vamos descubriendo a medida que nos sorprenden en cada esquina. Las metáforas surgen desde el fermento literario. Gore Vidal utiliza la ciudad como si se tratase del mundo, tal y como revela en el prefacio de su novela de juventud La ciudad y el pilar de sal: “¿qué otra cosa podría haber sido alguien tan joven y abandonado a su suerte en un mundo –la Ciudad– que era en sí mismo el centro de interés?” (Vidal, 2003, p. 17). Algo similar, aunque en sentido contrario, ocurre cuando el escritor Juan José Millás elabora toda una geografía ciudadana en base a lo que ocurría en su calle, el lugar donde pasó la infancia, sitio que denomina El mundo, como el título de su novela (Millás, 2007). Vemos, por tanto, que desde la creación literaria y desde el cine existe un verdadero relato particular sobre la ciudad. Ahora se trata de averiguar si, desde la mirada docente, también podemos reconocer un planteamiento particular de lo urbano, para lo cual indagaremos en los pensamientos y en las formas de relatar la ciudad que tienen los y las docentes.
Las artes visuales ofrecen otro territorio generoso desde el cual atisbar la ciudad y sus procesos. En algunos momentos históricos los movimientos artísticos han plasmado este afán ilusionante por representar la ciudad, algo que resulta más que evidente en la pintura italiana del Renacimiento, o bien en la pintura expresionista del Berlín de entreguerras. La pasión de Edward Ruscha por Los Ángeles constituye un ejemplo reciente, pero si miramos hacia el pasado observamos que también Piranesi reflejó en sus grabados el fervor que sentía por la Roma de la Antigüedad, del mismo modo que Toulouse Lautrec dejó constancia de su predilección por París en sus pinturas, dibujos y carteles, del mismo modo que los pintores expresionistas se dejaron seducir por Berlín, como es el caso de Kirchner, Beckmann, Dix, Grosz o Macke. En las escuelas, en los institutos, en las universidades, en los museos, como profesores que somos, utilizamos multitud de referentes visuales para ilustrar nuestras clases. Explicamos a nuestro alumnado el poder que ejerce la ciudad sobre las personas que generan arte, y alentamos de este modo la curiosidad de los jóvenes, favoreciendo una mayor riqueza y amplitud del fenómeno urbano como fuente de creación y disfrute. En mi caso, al trabajar con futuros educadores, los animo a conocer y reconocer su propia ciudad elaborando imágenes, tanto en fotografía como en vídeo, de manera que se vean a sí mismos como creadores de una mirada particular. Los resultados son buenos, y el pro pio alumnado, que se está formando para ser docente, reconoce que es capaz de plasmar en imágenes aquello que deseaba contar sobre su ciudad. A partir de estas experiencias artísticas conseguimos movilizar a los posteriores maestros y maestras para que se cuestionen situaciones, se planteen nuevas dudas y desarrollen novedosas maneras de plantear el entorno urbano. Desde el colectivo docente podemos y debemos reflexionar a partir de las actuaciones urbanas recientes, y recuperar al mismo tiempo los espacios de la memoria, construyendo así una mirada particular hacia la ciudad en la que se unen los recuerdos, las presencias, las ausencias y ante todo un deseo de mejorar que se dirige hacia el futuro. En este sentido, y con el fin de lograr un modelo identitario, planteamos una metodología que establece como prioridad esencial la mirada urbana de los docentes, integrando ideas desde la pedagogía, la estética, el arte, la cultura visual, la literatura, el cine, la sociología y el urbanismo. Silvia Alderoqui, directora del Museo de las Escuelas de Buenos Aires, en su libro Paseos urbanos. El arte de caminar como práctica pedagógica defiende un acercamiento a la ciudad desde posicionamientos sensibles, evidenciando las múltiples sensaciones que provoca el ambiente urbano, de manera muy especial cuando se combina con la memoria, con los recuerdos personales: “Las ciudades aún ofrecen cierta carga erótica, de misterio, seducción y prohibición” (Alderoqui, 2012, p. 17). En el volumen recopilatorio Ciudades, una ecuación imposible, Jordi Borja asegura que “existe una relación necesaria entre el medio urbano y los derechos ciudadanos” (Belil, Borja y Corti, 2012, p. 280), lo cual nos sirve como punto de partida para vertebrar un encuentro de miradas que propicie reflexiones del profesorado sobre multitud de cuestiones que afectan a la ciudad, con el fin de preparar a la ciudadanía también en el conocimiento y la defensa de sus intereses.
En su Libro de los pasajes, obra nunca acabada pero documento clave para adentrarnos en los aspectos filosóficos que rigen el devenir de la ciudad, Walter Benjamin se deja llevar por los entresijos de la memoria y define las sensaciones que evidencian el paso de los años y la acumulación de experiencias:
“Sólo el niño de la gran urbe puede entender esos días de lluvia en la ciudad, que llevan astutamente, con toda su carga de seducción, a soñarse de vuelta a pasados años de infancia.”
Benjamin (2005, p. 130)
Infancia y recuerdos, poder y seducción, sueños y lluvia. Benjamin transmite con su lenguaje esa acumulación de indicios y realidades que permite la vida urbana a lo largo de los años, al experimentar vivencias que se cruzan con recuerdos y posibilidades de futuro. Lo cual llevado al terreno del arte podría encajar con las palabras de Marco Romano cuando desvela que “Se la città è un’opera d’arte la sua lettura diventerà in se stessa un esercizio critico come la lettura di qualsiasi al tra opera d’arte” (Romano, 2008, p. 72). Podemos, por tanto, concedernos una lectura de lo urbano muy próxima al modelo de lecturas que elaboramos para las obras de arte. Y como docentes que somos, al mismo tiempo merece la pena plantearnos hasta qué punto nuestra mirada hacia lo urbano puede ejercer un cierto mecanismo reflexivo entre nuestro alumna do. Como promueve el urbanista Kevin Lynch:
“Resultará útil perfeccionar la imagen de la ciudad adiestrando al observador, enseñándole a ver. A los ciudadanos se les sacaría a la calle, dictando clases en escuelas y universidades, convirtiendo la ciudad en un museo animado de nuestra sociedad.”
Lynch (2004, p. 143)
En este libro se recogen las experiencias llevadas a cabo con docentes de cinco ciudades de Iberoamérica, a saber: Buenos Aires, Lima, Montevideo, Santiago de Chile y Valencia. En cada uno de los casos el profesorado participó en las encuestas y en las acciones artísticas. Se han utilizado sus relatos como narrativas peculiares que nos ayudarán a confeccionar un panorama amplio de lo que entienden por cultura urbana todos estos y todas estas docentes. Agradezco sinceramente su participación en el proyecto, y espero que esta acción les haya servido también para replantearse sus miradas hacia la ciudad. He intentado cubrir en la mayoría de los casos un espectro amplio de representatividad, incluyendo entre los participantes a personas de diferentes edades, adscripciones económicas y sociales, integrando a hombres y mujeres, y contando con la colaboración de docentes con variada experiencia en el aula. El concepto de docente abarca aquí a todo el profesorado de todas las áreas de conocimiento y de todos los niveles educativos. Se trata, por tanto, de generar un espíritu de colectivo, desde el cual lanzar una mirada compleja y rica, sin discriminaciones, sumando opiniones desde un espectro amplio de representatividad. Espero con ello contribuir a reforzar la idea de los docentes como colectivo, animando al profesorado a generar puentes entre las diversas especializaciones, compartiendo así geografías y lugares comunes, reuniendo esfuerzos para conseguir una mayor visibilidad y un mayor respeto.