UN MAPA POSIBLE DE LA EDUCACIÓN
Prólogo al libro: La educación desde mi columna. Francisco Cajiao. Editorial Magisterio. Lanzamiento: 16 de abril de 2017.
Germán Rey
No hay en Colombia un columnista que le haya dedicado tantos años a escribir sobre educación, como Francisco Cajiao. Lo ha hecho de manera persistente y apasionada, oportuna y documentada. Su mirada no ha sido la de un analista externo, que observa su objeto a la distancia, sino la de alguien que ha vivido intensamente aquello de lo que habla. Si fuera por graduaciones Pacho Cajiao las tiene todas y con excelencia: profesor, investigador, secretario y subsecretario de Educación de Bogotá, rector no de una sino de tres universidades, dos de ellas públicas y una dedicada precisamente a la educación –la Universidad Pedagógica–, cocreador de experiencias innovadoras como la Unidad Pedagógica, motor de proyectos para recordar como el de ONDAS de Colciencias o Pléyade de la FES, rector de colegios diferentes y asesor en este y otros países como El Salvador o Mozambique. Hasta allá, tan lejos han llegado sus ideas.
Pero si fuera necesario resumir toda esa trayectoria vital en la educación, se podría afirmar sin ninguna duda, que Pacho Cajiao ha sido fundamentalmente un maestro, a secas, como lo son los verdaderos maestros. Maestro por su práctica y su continua reflexión sobre la educación, por su manera de entenderla y por explorar obsesivamente un país que no puede ser entendido sin ella.
Pero también por tener permanentemente a los maestros,hombres y mujeres, frente a sí. Como observará el lector de este libro, hay una gran cantidad de columnas que ha dedicado a los maestros, siempre con un sentimiento cálido de reconocimiento y con una valoración indeclinable sobre el significado social de su trabajo. Maestros del Guaviare o de Boyacá y de los lugares más distantes del país por don‑de ha caminado aprendiendo de ellos.
Casi siempre nuestras propias trayectorias dependen de la lucidez de otros. En este caso, la decisión de tener dentro del periódico El Tiempo una voz dedicada a la educación, fue el resultado de un momento especial de esos que se viven a veces dentro de las instituciones. Y El Tiempo lo tuvo cuando Rafael Santos promovió el proyecto “Educación, un compromiso de todos”, respaldó la medición de los grandes objetivos de la gestión pública, entre ellos los educativos en “Bogotá como vamos”, estimuló el estudio crítico de la representación de la educación dentro del propio periódico y transformó a la educación en uno de los pilares de la responsabilidad social de ese importante medio de comunicación.
La escritura periodística tiene varias singularidades. Está marcada por un tiempo que transcurre rápidamente, atiende a momentos muy precisos, a un ambiente histórico del que no debe escaparse si desea hablarle al lector exigente de análisis e interpretaciones y es presionada por acontecimientos que suceden inclusive el día anterior. Pero junto a este clima fugaz, la escritura periodística tiene una vocación testimonial, una capacidad de intervenir de manera directa en debates con implicaciones prácticas y un respeto por la memoria de la que es una de sus fuentes canónicas.
Todo ello se nota en este libro que recoge la obra periodística de Francisco Cajiao sobre educación.
Nada más estimulante que leer una tras otra, casi un medio millar de columnas sin partir de un orden imperioso, sino por el contrario, esperando a través del ejercicio silencioso de la lectura que ese orden aparezca y que se nos haga evidente a través de sus insistencias e inclusive de sus vacíos.
Así lo hice como compilador de esta obra. Sabía que la educación era el gran faro, y que poco a poco se insinuaría el barco que navegaba aguas a veces tranquilas y a veces procelosas. El lector captará sin duda que buena parte de la navegación se hace por aguas turbulentas, porque su capitán como su pariente imaginario – Acab, por cierto-está decidido a no transigir con mediocridades, trampas y lugares comunes. La educación es cercada por decisiones incorrectas, orientaciones que desvían y modelos que se venden como lentejuelas y que tienen repercusiones en niños, niñas y jóvenes muy concretos y en todo un país que sin una educación de calidad, nunca podrá ser una sociedad justa y democrática.
Cuando se tienen al frente 17 años de ejercicio periodístico con‑tinuo, el temor de sumergirse en ese océano se atempera con la sensación que se experimenta cuando se notan tendencias, se constatan evoluciones, se hacen patentes cambios. Pero también cuando se confirman obsesiones, se repiten insistencias y se constatan fidelidades que no cambian a pesar del paso de los años. Esta es la realidad que se vive a lo largo de este libro.
Una regla de las antologías periodísticas enseña que los textos no se pueden cambiar. Se deben dejar tal cual, porque su vitalidad después del tiempo, depende en buena parte del sitio en que se colocan de nuevo, del orden al que obedecen. Su frescura se recupera de otro modo en su conexión con el pasado y en la potencia predictiva que muchos de ellos tienen años después. Cuando se lee un artículo escrito en el 2000, se puede confirmar su cumplimiento en otro del 2005 e inclusive en uno que aún no se ha escrito. Las repeticiones que aparecen cuando se hace una antología, muestran las prioridades de su autor en temas que le interesan hasta el punto que vuelve una y otra vez de manera reiterativa a ellos, demostrando que escribir es muchas veces un oficio de la terquedad.
Las columnas se van entonces agrupando una tras otra y al final lo que se tiene es una especie de cartografía, a la vez muy personal pero también extremadamente colectiva. La guerra y la paz, por ejemplo, se delineó muy rápidamente como la preocupación del autor por conectar el conflicto con la educación no sólo mostrando su preocupación por los maestros, los niños y las escuelas en las zonas más afligidas por el desastre de años, sino por su convicción irreductible de que la educación es una de las puertas y, quizás, de las más importantes que tiene una sociedad para abrirse a un futuro diferente que supere la crueldad de la guerra.
El análisis de las decisiones políticas nacionales, regionales y locales en la educación es otro tema obsesivo de Cajiao. Comprueba, con abundantes ejemplos, cómo los rumbos acertados o catastróficos de la educación tienen por lo menos uno de sus fundamentos en los planes de desarrollo, las medidas adoptadas por las autoridades, los presupuestos destinados o las inversiones aprobadas.
Los maestros ocupan un espacio fundamental en el pensamiento educativo de Pacho Cajiao. Se ve su preocupación por volverlos visibles, por rescatarlos del anonimato con que se vuelven viejos enseñando a niños y niñas en los municipios y veredas más recónditos de este país. Habla de la soledad de los rectores y a la vez dibuja con una inmensa calidez las biografías de maestros con los que ha recorrido parte de su camino como educador.
Es, en fin, un libro para leer a sorbos como los buenos libros. Pero es también un libro que se escribió durante casi dos décadas, pensando en cada una de sus páginas que sus lectores veíamos aparecer cada 15 días, en los problemas y en las esperanzas de la educación. Hay libros que se confunden con la vida, y esos probablemente son los mejores. A esa clase pertenece el libro que escribió durante todos estos años Francisco Cajiao.
Prólogo al libro: La educación desde mi columna. Francisco Cajiao. Editorial Magisterio. Lanzamiento: 16 de abril de 2017.